potasio.

Día internacional de la desalienización

"Hay un grupo de cinco personas", dice mi amiga, "por el que yo daría hasta la vida."

Me levanté rutinario de la cama, caminé -hasta dónde recuerdo- como autómata a la cocina, en un bol eché leche, imitación de chocapic, y a un pan crudamente abierto le eché ketchup. Sentado en la mesa con las noticias sonando en la tele (3 grados mínima 15 máxima; Una carrera ilegal terminó con un auto partido en dos, en El Bosque decomisan droga y en Las Condes se firma importante acuerdo económico.) y con el desayuno servido me estoy quedando dormido con la cara en el pan con ketchup. Con la cara manchada con ketchup me meto en la ducha y salgo, luego de 5 minutos, limpio. Limpio menos el pelo porque tengo frio, no me voy a lavar hoy el pelo. El calendario indica que hoy es 4 de Septiembre, y eso significa que hoy se celebra, mundialmente, el Día nacional de la desalienización, una medida utópica por hacer que el mundo se quiera más. Me recuerda a "Todos juntos" de los Jaivas. Me pongo la chaqueta de mezclilla de ayer, el chaleco de ayer, las zapatillas de ayer, los calcetines la polera los pantalones y los calzoncillos de hoy día, no soy tan cochino, y en la solapa de la chaqueta me pego un maskin' tape que dice mi nombre. Sólo mi nombre.

Salgo a la calle y en la vereda está mi vecino que riega, absurdo, las plantas que ya están mojadas. Lo saludo. Me saluda. Se llama Ramón. Eso dice la fotocopia de su carné que se puso en la solapa de su camisa. Sigo. La calle está llena de gente que, hoy día, no es gente si no personas porque todos tienen su nombre pegado en alguna parte del cuerpo. Alfonso se puso un jockey con su nombre, Camila lo llevaba escrito en una tarjeta de esas "Hi, my name is" bien gringas, Roberto lo tenía en la Bip, pegado, que colgaba de su cuello.

Todavía tengo ketchup en la barba, me acabo de fijar, no me lavé los dientes y se me olvidó echarme desodorante. Me acabo de fijar en el metro, cuando la puerta se cerró y me vi en la ventana. A nadie le importa que ande con ketchup en la barba a las 7 y media, que no me haya puesto desodorante ni que mi aliento sea un asco, nadie en éste vagón sabe en lo que trabajo, adonde voy, nadie sabe nada de mi, excepto mi nombre. Y yo no se nada del resto, excepto sus nombres. Y que el tipo que va a mi lado, que se llama Javier, va escuchando música muy fuerte. Atrás otro Ramón habla fuerte por celular con alguien, "Éste día internacional de la desalienización es un desastre" pienso, pero no importa, tengo mi nombre pegado en la solapa y me siento mejor, cómo si que el resto supiese que tengo un nombre fuese un placebo para el intenso vacío que se siente haber salido de tu casa con la cara llena de ketchup y no haberlo notado hasta llegar al metro.

"Incluso", remata, "Podría reducir ese grupo a tres personas."
"¿Y qué pasa si no estas entre las tres personas de nadie?" Pregunto desesperanzado.
"Sonaste."

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